Rosaura
de Bayron Caicedo
Si señor,
Yo también tuve veinte años de existencia florecida,
Cuando uno se cree el más macho,capaz de todo en la vida,
No le teme a los obstáculos, ninguno nos intimida,
Ahí no se cree en la vejez, la soberbia indesmedida,
Fogosidad juvenil por todos lados se respira,
Pero no nos damos cuenta ni cuando se nos termina.
Es un orgullo tener un amor en cada esquina,
Y dejar una muchacha en cinta, es gesta elucida,
Piensa uno ser el más macho que halla existido en la vida.
Yo también tuve de patas compadrito, esa metida.
Ella una chica especial,
Una noche pensativa me comunicó el suceso, y le dí la despedida,
No era porque no la amara, para mi era muy querida,
Pero yo un irresponsable, vagabundo sin medida, le dije:
Debe abortar!, ¿qué no?, ¿por qué entonces no se cuida?,
Sin pensar que mi expresión iba en veneno homicida.
Amor mío no hagamos eso, eso el cielo lo castiga,
¡Que cielo ni que carajo, la vaina está decidida!,
O lo botas, o te quedas solita con tu barriga.
Yo sentí que la maté, ese día no se me olvida,
Lloriqueaba y respiraba, pero estaba muerta en vida,
Porque el fruto de un amor que le ofrecí sin mentiras,
Al que hospedaba en su vientre, inigualable guarida,
Esa criatura inocente, estaba comprometida,
Sin más pecado que ser hijo de una rata genicida.
El médico, que canaya, si esta acción es prohibida,
Por ganarse algunos pesos la acolita y la incentiva,
Maldecido mata-sano y culpable de mi herida,
La que llevo en mis entrañas, que me carcome y calcina,
El cuarto lóbrego, triste; ella en la cama tendida,
Al lado de ella un embrión de carne casi podrida,
Un angelito inocente con su mirada escotida,
No llevaba en su alma fresca rencores, menos intrigas,
Yo quería que reprochase esa mi acción tan indigna,
Pero él sí era un barón, un barón de esos que en el pecho anidan,
Timidez y valentía, y para un problema salida,
Y un barón no se rebaja hablando con un homicida.
El cuarto lóbrego, triste, ella en la cama tendida,
Al lado de ella, mi hijo, su carita desteñida,
Rictus de muerte no había en su boca enmudecida,
Sus manitas impolutas y de ternura curtidas,
Ese talle, esa altivez que a cualquier dama cautiva,
Y un pechito, como el pecho de un potrico en estampida,
Era sangre de mi sangre, era vida de mi vida,
¿Dónde está el macho que dice que el lloro es de femeninas?,
Que se acerque y lo confirme, o sino que venga y diga,
Que nunca alcanzarán lágrimas para lavar las heridas,
Heridas que dejó el puñal de infamia de aquella acción indebida.
En las noches taciturnas cuando un lucero titila,
Pienso que él desde allá sin rencores me vigila,
Quiero pedirle perdón o que alguien por mi lo pida,
Pero la conciencia me arde me grita, ¿pa'qué lo mira?,
Ya no tengo alma completa, está más que dividida,
Tengo pedazos de alma porque la tengo partida,
Si es verdad que existe dios y al que peca lo castiga,
Conmigo si se fregó, perdió toda la partida,
Porque no existe castigo ni en ésta ni en la otra vida,
Pa'golpear como se merece a mi infame cobardía.
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